A continuación se presenta un
ensayo sobre el artículo “Televistas”, escrito en 1967 por Joseph
Carl Robnett Licklinder, quien fue un matemático, informático, psicólogo, y pionero
en el campo de la computación cuyo trabajo sentó bases para la computación
interactiva y redes de tiempo compartido durante la década de los 60’s, así
como la investigación en el campo de las ciencias computacionales. Su visión
guió el desarrollo de la ARPANet, el predecesor del Internet que conocemos hoy
día, y muchas otras ideas de redes informáticas.
Si desea consultar el artículo en cuestión, puede visitar la siguiente liga:
Si desea consultar el artículo en cuestión, puede visitar la siguiente liga:
https://drive.google.com/file/d/0B2gLPJlWjh8Pd3RjcXFfeEtxOW8/view?usp=sharing
Para el tiempo que fue escrito el
artículo, la televisión llevaba ya al menos tres décadas y contaba con un
consumo comercial, a diferencia de las computadoras, que apenas comenzaban a
demostrar su potencial, y ciertamente no al mismo nivel de accesibilidad y
audiencia. Licklinder conocía esto bien y entre sus puntos finales describe que
en el futuro las computadoras jugarán también un papel en los medios masivos de
comunicación y podrán ser de ayuda para mejorar la cantidad y calidad del
contenido que se puede ofrecer. Tal como en sus trabajos referentes a la
computadora, Licklinder hace atinadas predicciones con respecto a los avances
que eventualmente verá la televisión, aunque con otras ideas que aún no se han
visto plasmadas hasta el día que hoy.
Aunque habla mucho sobre ideas
generales, el enfoque de Licklinder es la utilización de la televisión para una
especie de educación a distancia. Uno de sus principales puntos es acerca de la
selectividad, o la capacidad del público para elegir el contenido, pero no de
la manera convencional que aún prevalece en nuestro concepto actual de
televisión, sino que está convencido en la interacción mutua entre el programa
que se transmite y quien lo sintoniza. Para Licklinder, tal interacción no
consiste tan solo en las emociones y reacciones que se pueden “despertar” en el
espectador, sino en una participación activa de la audiencia, lo que admite no
puede lograrse en el concepto de la televisión dirigida a masas, que no permite
una retroalimentación; no al menos sin unas cuantas modificaciones al modelo
“tradicional” de material ordenado cronológicamente del que únicamente se
escoge la programación como estamos acostumbrados nosotros.
Para lo anterior Licklinder
propone varias alternativas, que algunas consisten en poder elegir de entre
varias cámaras transmisoras, una presentación del contenido en imágenes con
secuencia, la división de los programas en subcategorías, y la inclusión de
espacios para desarrollar los temas de interés de la audiencia que mira el
programa; todas estas divisiones permitirían a los espectadores “armar” el propio
contenido que deseen ver a partir de lo que ya se ofrece. Sin embargo, y como
es de esperarse, cada una de estas propuestas presenta sus propios retos, algo que
fue aún más evidente para la época, y posiblemente la razón por la cual la televisión
no ha tenido un salto tan evidente como ocurrió con la computadora. Por
ejemplo, muchas de esas propuestas requieren de una manera de almacenar imágenes
y contenido para visualizar por al menos varios segundos, cosa que no hubiese
sido posible con la tecnología de tubos de entonces.
Licklinder espera, al igual que
la apertura de oportunidades para la educación, una eventual “democratización”
de los medios masivos de comunicación, donde el contenido transmitido tanto
cultural, de entretenimiento, y educativo responda a la necesidad y deseo de
cada comunidad mediante la retroalimentación de cada persona, lo que
efectivamente convence a Licklinder sobre la contribución de los avances tecnológicos
recientes a la democracia. Él visualiza un mundo donde las partidas de deportes
locales compitan con los grandes torneos, donde las funciones de teatros
comunitarios compitan con las grandes obras de Hollywood, y donde los representantes
de gobierno y candidatos, así como sus juntas, estén en contacto con la población
mediante la imagen televisiva.
Regresando al caso de la educación,
Licklinder estaba convencido que la televisión podría poner al alcance de la población
el contenido completo de las librerías públicas, es decir, incluso aquellos
libros poco comunes que no pueden difundirse en formato físico por su costo
pero sí someterse a una base de datos digital que pueda transmitirse a petición
de un espectador que así lo quiera, aunque a mí parecer esa función la cumplió
bastante bien el desarrollo de la computadora.
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