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domingo, 16 de abril de 2017

Televistas



A continuación se presenta un ensayo sobre el artículo “Televistas”, escrito en 1967 por Joseph Carl Robnett Licklinder, quien fue un matemático, informático, psicólogo, y pionero en el campo de la computación cuyo trabajo sentó bases para la computación interactiva y redes de tiempo compartido durante la década de los 60’s, así como la investigación en el campo de las ciencias computacionales. Su visión guió el desarrollo de la ARPANet, el predecesor del Internet que conocemos hoy día, y muchas otras ideas de redes informáticas. 

Si desea consultar el artículo en cuestión, puede visitar la siguiente liga:

https://drive.google.com/file/d/0B2gLPJlWjh8Pd3RjcXFfeEtxOW8/view?usp=sharing 



Para el tiempo que fue escrito el artículo, la televisión llevaba ya al menos tres décadas y contaba con un consumo comercial, a diferencia de las computadoras, que apenas comenzaban a demostrar su potencial, y ciertamente no al mismo nivel de accesibilidad y audiencia. Licklinder conocía esto bien y entre sus puntos finales describe que en el futuro las computadoras jugarán también un papel en los medios masivos de comunicación y podrán ser de ayuda para mejorar la cantidad y calidad del contenido que se puede ofrecer. Tal como en sus trabajos referentes a la computadora, Licklinder hace atinadas predicciones con respecto a los avances que eventualmente verá la televisión, aunque con otras ideas que aún no se han visto plasmadas hasta el día que hoy. 

Aunque habla mucho sobre ideas generales, el enfoque de Licklinder es la utilización de la televisión para una especie de educación a distancia. Uno de sus principales puntos es acerca de la selectividad, o la capacidad del público para elegir el contenido, pero no de la manera convencional que aún prevalece en nuestro concepto actual de televisión, sino que está convencido en la interacción mutua entre el programa que se transmite y quien lo sintoniza. Para Licklinder, tal interacción no consiste tan solo en las emociones y reacciones que se pueden “despertar” en el espectador, sino en una participación activa de la audiencia, lo que admite no puede lograrse en el concepto de la televisión dirigida a masas, que no permite una retroalimentación; no al menos sin unas cuantas modificaciones al modelo “tradicional” de material ordenado cronológicamente del que únicamente se escoge la programación como estamos acostumbrados nosotros. 

Para lo anterior Licklinder propone varias alternativas, que algunas consisten en poder elegir de entre varias cámaras transmisoras, una presentación del contenido en imágenes con secuencia, la división de los programas en subcategorías, y la inclusión de espacios para desarrollar los temas de interés de la audiencia que mira el programa; todas estas divisiones permitirían a los espectadores “armar” el propio contenido que deseen ver a partir de lo que ya se ofrece. Sin embargo, y como es de esperarse, cada una de estas propuestas presenta sus propios retos, algo que fue aún más evidente para la época, y posiblemente la razón por la cual la televisión no ha tenido un salto tan evidente como ocurrió con la computadora. Por ejemplo, muchas de esas propuestas requieren de una manera de almacenar imágenes y contenido para visualizar por al menos varios segundos, cosa que no hubiese sido posible con la tecnología de tubos de entonces. 

Licklinder espera, al igual que la apertura de oportunidades para la educación, una eventual “democratización” de los medios masivos de comunicación, donde el contenido transmitido tanto cultural, de entretenimiento, y educativo responda a la necesidad y deseo de cada comunidad mediante la retroalimentación de cada persona, lo que efectivamente convence a Licklinder sobre la contribución de los avances tecnológicos recientes a la democracia. Él visualiza un mundo donde las partidas de deportes locales compitan con los grandes torneos, donde las funciones de teatros comunitarios compitan con las grandes obras de Hollywood, y donde los representantes de gobierno y candidatos, así como sus juntas, estén en contacto con la población mediante la imagen televisiva. 

Regresando al caso de la educación, Licklinder estaba convencido que la televisión podría poner al alcance de la población el contenido completo de las librerías públicas, es decir, incluso aquellos libros poco comunes que no pueden difundirse en formato físico por su costo pero sí someterse a una base de datos digital que pueda transmitirse a petición de un espectador que así lo quiera, aunque a mí parecer esa función la cumplió bastante bien el desarrollo de la computadora.

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